Pueblos, lenguas, dinastías, palacios, templos o dioses nacen, rozan la gloria, declinan y mueren. Uno tras otro. Aunque lo que más rápidamente renace tras la crisis, lo más perenne, son los bazares. No siempre, pues hubo mercados que no sobrevivieron a la ruina de su ciudad: Balj, Palmira, Petra, Ani...
Nunca caminé por los zocos de Balj o de Palmira. Por el de Petra, sí, un cálido mediodia de febrero. Vi columnas truncadas y mármoles caídos en lo que fue el foro romano. Piedras sin vida; ningún porche ni sombra protegían del castigo del sol, no vi telas colgadas al viento, ni olí perfumes recién llegados de la Feliz Arabia, ningún mercader me cantó las excelencias de sus especias. El bazar de Petra murió hace mucho tiempo.
Barro seco, también sin vida, hay en Karajoya, que los chinos llaman ahora Gaochang, capital de un reino uygur entre los siglos VII y IX. Dentro de sus altos muros, excavó y robó tesoros el arqueólogo alemán Albert Von Le Coq a comienzos del siglo XX; un impresionante fresco y bibliotecas maniqueas, esculturas de Buda en estilo helénico de Gandhara, murales de iglesias nestorianas...
Intentaba orientarme, buscar las huellas de todo ello en el laberinto, pero sólo hallé ruina tras ruina. Barro medio fundido por las escasas lluvias. Caravasares vacíos. El silencio de los orfebres ausentes. Forjas invisibles y armeros mudos. Risas frescas de niños en el bazar ... ¿Risas? ¿Acaso ecos de vidas pasadas prendidos entre las paredes de fango ?
Una llamada me despertó de mi ensoñación: dos niños surgieron fugazmente en lo alto de un muro. Voces que aparecían desaparecían. Hasta que, como por sortilegio, la ciudad cobró vida y me encontré rodeado por los pastorcillos y sus ovejas. Quise pedirles que me guiaran, pero yo no hablaba uygur. Reímos tratando de entendernos por signos, mientras me ofrecían melón confitado de Camil, famoso desde Kashgar hasta Xi´an por ser dulce como la miel. Hace siete siglos, Marco Polo ya alabó la dulzura concentrada en las lonjas secadas al sol.
Imperios, batallas, derrotas, ruinas. Muchas ruinas en la Ruta de la Seda. ¿Qué quedará de los bazares de alfombras de Balj ? La antigua Bactra de la que hablaban los griegos, la ciudad más vieja del mundo según los cronistas. Por eso los árabes la llamaban "la madre de las ciudades". En ella nacieron el profeta Zaratustra y Yalal al-Din rumi, el poeta sufí que preconizaba ese Dios del amor, tan en las antípodas del Dios talibán, juez terrible y castigador. También nació aquí Avicena, el médico más famoso de la Edad Media y, a la vez, filósofo que preservó el legado aristotélico. Ciudad de sabios, Balj.
Gengis Khan pasó a cuchillo a sus habitantes, Marco Polo e Ibn Battuta quedaron afligidos al ver su desolación reciente, como quedamos nosotros cuando observamos los museos actuales de Baghdad, por las ruinas expoliadas de Babilonia, por los Budas de Bamiyan, etc.
Afganistán: Treinta años de guerras que se lo han llevado casi todo. Los bazares de Herat, de Mazar-e Sharif o de Kandahar son una sombra de lo que fueron. En abril de 1992, viví las últimas horas de gloria del bazar de Kabul, famoso por sus alfombras, pero ya en decadencia tras más de diez años de guerra. El régimen comunista se derrumbó, los distintos grupos mujahidin ocuparon la ciudad sin disparar y, a las pocas horas, se la disputaban a sangre y fuego. Entré en el Palacio Presidencial con los mujahidin de Jamiat Islami cuando lo conquistaron a tiros sus rivales de Hezbollah Islami. Atravesé en coche las calles donde se combatía. Y busqué - en vano- una tienda abierta en un bazar que ya comenzaba a mostrar los impactos de los obuses. Cuando me fui, una semana después, parecía instalada una endeble tregua. Pero siguieron años de lucha barrio a barrio y de bombardeos. Kabul cambió varias veces de manos, sus bazares fueron destruidos. Ahora se ha recuperado una frágil calma. ¿Qué queda? Ruina y escombros, sufrimiento y hambre. El recuerdo de los muertos.
Las ruinas antiguas parecen menos dolorosas, incluso bellas. Sin embargo, ¿Cuantas lágrimas recogió el polvo de sus calles? ¿Cuanto dolor hay tras los muros derruidos de las casas ?
Una mañana de noviembre, paseé por Ani, la capital de la Armenia medieval, asolada también por los mongoles en 1236. Solo una mezquita y algunas de sus iglesisa quedan en pie, tan resquebrajadas, con paredes tan agujereadas, tan desamparadas en medio del inmenso pedregal, que la ruina total parece inminente. Desde el otro lado del cañón del río Ajurian, desde Armenia, quienes vienen a verla lloran por ella en la distancia. Desde el lado turco, donde me encontraba, me anegó un escalofrío: de congoja, por la ciudad perdida, de tristeza por no poder hacer nada para salvar lo que aún quedaba, y de frío por el invierno que se aproximaba.
Para los viajeros, la Ruta de la Seda es sobre todo nostalgia.